viernes, 24 de febrero de 2012

FLEXIBILIZÁNDONOS CON LA REFORMA LABORAL


El pasado sábado 11 de febrero de 2012 se publicó en el B.O.E. el Real Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. Es lo que se conoce como Reforma Laboral; ha ocupado muchísimo espacio en los periódicos y en los informativos y sus principales características son ya ampliamente conocidas. En este artículo no profundizo en detallar dicha reforma sino en analizar si va a crear empleo, que es el objetivo del Gobierno que la ha aprobado. Este decreto-ley comienza con la frase

La crisis económica ha puesto en evidencia la insostenibilidad del modelo laboral español. Los problemas del mercado de trabajo lejos de ser coyunturales son estructurales

Y continúa, algún párrafo después, con la afirmación

La crisis económica que atraviesa España desde 2008 ha puesto de relieve las debilidades del modelo laboral español

Afirmaciones que nos dejan claro que el Gobierno considera que uno de los motivos de la crisis ha sido la configuración del mercado de trabajo en España. Y aquí es donde hay que explicar que el mercado de trabajo es visto por los economistas neoclásicos (ideología predominante en la actualidad) como un espacio en el que hay rigideces que impiden su libre funcionamiento. Opinan que desregulando o flexibilizando el mercado de trabajo (es decir haciendo más fácil la contratación y el despido de trabajadores) se puede reducir con éxito el desempleo.

Esta tesis la escucharemos de la boca de cualquier ministro de economía de la mayoría de los países desarrollados, de cualquier representante empresarial o de altos directivos de la banca. Bien es cierto que no todos los economistas están de acuerdo con estas recetas. Algunos no consideran que el desempleo sea el resultado de desajustes en el mercado de trabajo, sino un problema de falta de demanda. Con esto vendrían a decir que la creación de empleo dependería más de la actividad económica y el nivel de consumo e inversión que de la configuración del mercado de trabajo.

Considerando esto, y en un contexto de falta de demanda, reformas laborales como la recientemente aprobada en nuestro país serían por lo general ineficaces.

Seguramente en este punto los economistas neoclásicos comenzarían a hablar de productividad, y nos dirían que para competir con éxito en la economía global hay que ser más productivos, y esto requiere moderación o incluso recorte salarial. A esto se podría responder con la noticia que dio a conocer la contabilidad nacional esta semana: que las rentas empresariales (46,2% del PIB) superan por primera vez a las del trabajo (46%) en España. Se puede ser más productivo si los trabajadores cobran menos, pero también si los empresarios ganan menos. Ambos extremos abaratan los productos y los hacen más competitivos.

Pero bueno, dejando aparte si el mercado laboral español es más o menos rígido, o si la mejora de la
productividad es cuestión de unos o de otros, no se puede olvidar el problema de fondo evidente de la economía española: su estructura productiva. En el Directorio Central de Empresas del INE (Instituto Nacional de Estadística) podemos constatar que, de los 3,2 millones de empresas que había registradas en España en el año 2011, casi un millón (el 30% del total) están directamente vinculadas al sector de la construcción. No se nos puede escapar que el modelo productivo español, basado en las últimas décadas principalmente en la construcción y el turismo, ha hecho que seamos muy sensibles en términos de empleo a la coyuntura económica. Cabe por tanto pensar que un modelo productivo distinto, diversificado y que apueste por sectores de alto valor añadido y que empleen mano de obra cualificada, habría destruido menos empleo en tiempos de crisis, y del mismo modo mantendría y generaría empleo en entornos más favorables. Y el cambio del modelo productivo no es sólo cuestión del libre mercado, sino una decisión política.

Cuando hablamos de crear empleo tenemos que tener en cuenta muchos otros factores aparte de la regulación del mercado laboral. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que la precarización de los empleos y la devaluación de los salarios –que supondrían menos dinero en el bolsillo de los consumidores– depriman aún más el consumo y ralenticen la recuperación de la actividad económica, amén de procurar problemas adicionales a la banca que redundarían en una restricción más aguda del crédito. Los ciudadanos necesitan dinero para pagar sus deudas y comprar productos. Su empobrecimiento provocaría que las empresas no pudieran vender y que los bancos no pudieran cobrar lo prestado.

En definitiva, entiendo estas medidas de flexibilización del mercado laboral –dentro del dogma neoliberal predominante– como requisito para que la Unión Europea y los mercados nos miren con buenos ojos. Entiendo que nos lo imponen (y nuestro Gobierno lo acepta) porque es lo que los mercados exigen a todas las economías. Más allá de eso, es poco probable que cualquier legislación que flexibilice el mercado laboral por sí sola consiga crear empleo.

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